Regreso a un Vietnam diez veces más hermoso

Palacio de Gobierno en la ciudad de Hanoi, capital de Viet Nam. Cabaña en los jardines donde vivió y trabajo por mucho tiempo Ho Chi Min.
Cabaña en los jardines donde vivió y trabajó por mucho tiempo Ho Chi Minh. Foto: Juvenal Balán, enviado especial

HANOI.—Vietnam vuelve a aparecer ante la ventanilla del avión tal como lo recordaba, con sus arrozales interminables que llegan hasta el borde de las ciudades, y su gente laboriosa que va de un lado a otro continuamente.

Pero no es este el país que conocí de niño, de la mano de mis padres, hace 31 años.

Los amigos que viajaron acá en fechas más recientes, me lo habían anticipado, y apenas aterrizamos y tomamos rumbo a Hanoi, su capital, como parte del intercambio que todos los años sostienen los periódicos Granma y Nhan Dan, lo percibo.

Para cruzar el río Rojo —con sus 1 200 metros entre orilla y orilla—, ya no hay que aguardar alrededor de una hora, como antes, en medio de un tráfico congestionado, sobre el viejo puente de hierro construido por los colonialistas franceses a principios del siglo XX, y bombardeado muchas veces por el ejército norteamericano para tratar de aislar la ciudad.

En su lugar, ahora pasamos sobre Nhat Tan (el más moderno de los seis puentes que existen actualmente), una obra imponente inaugurada a principios del 2015, que ayuda a acortar notablemente el tiempo de viaje entre el aeropuerto de Noi Bai y el centro de Hanoi.

Fiel a su arquitectura típica de construcciones estrechas y techos a dos aguas, la capital vietnamita ha crecido de manera exponencial,  y al mismo tiempo ha logrado resolver el problema de la falta de redes hidrosanitarias.

Sobre sus calles y avenidas, siempre pobladas de árboles enormes que no rompen las aceras, las bicicletas han cedido paso a las motos, y junto a las pagodas ancestrales, se levantan modernos edificios que apuntan al cielo.

Dicen que quien pasa dos o tres años fuera del país, lo encuentra muy cambiado a su regreso, y que esta es la prueba del desarrollo pujante que ha venido experimentando la nación indochina en las tres últimas dé­cadas.

Según los especialistas, todo es resultado del Doi Moi, la política de renovación aplicada en 1986, y que trazara el rumbo hacia una economía de mercado con orientación socialista.

Aunque también habría que decir que es el fruto de la dedicación de millones de hombres y mujeres, que han sabido poner a producir cada centímetro de tierra, a quienes incluso los domingos se les ve entre los sembrados, con mochilas a cuestas, aplicando plaguicidas o fertilizantes.

Según el periodista Hoai Mai, más allá de las cifras que colocan a Vietnam en la lista de países emergentes —con una economía capaz de crecer alrededor de siete puntos porcentuales de manera sostenida cada año—, pudiera resumirse que «con las medidas aplicadas, las condiciones de vida del pueblo han mejorado muchísimo».

«Antes de 1986, por ejemplo, el ingreso promedio de los ciudadanos estaba entre 15 y 20 dólares mensuales, y ahora oscila entre los 200 y los 300».
A 30 años del inicio de la renovación, Mai asegura que sus efectos saltan a la vista. «Lo más llamativo está en la infraestructura. An­teriormente, apenas había edificios, las casas eran pequeñas, pero ahora hay muchas construcciones nuevas, hoteles, puentes avenidas y zonas industriales», dice.

Aun así, hay cuestiones que se mantienen intactas a pesar de la modernidad. El orgullo por la historia, el apego a sus costumbres, y también el cariño hacia Cuba.

A pesar de los años transcurridos, el pueblo vietnamita no olvida el apoyo de los cubanos en los años fragorosos de la guerra contra los agresores norteamericanos, las donaciones de azúcar, las visitas de Raúl y de Fidel, la presencia del Comandante en Jefe junto a los combatientes del Frente Nacional de Liberación, y aquella frase que caló en lo más profundo de la nación indochina: «Por Vietnam, estamos dispuestos a dar hasta nuestra propia sangre».

Tiempo después, el propio Fidel diría que solo se trató de un gesto de reciprocidad. «…cuando nosotros decimos que por Viet­nam estamos dispuestos a derramar nuestra sangre no decimos nada extraordinario, ¡porque el pueblo de Vietnam (…) ha derramado su sangre por nosotros y por otros pueblos!

«Su combate debilitó al imperialismo; (…) obligó al imperialismo a emplear allí el grueso de sus fuerzas; su combate significó tiempo para nosotros, para prepararnos mejor, para armarnos más, para ser más fuertes…».

Para los vietnamitas, sin embargo, aquella declaración de Fidel en el momento más cruento de la guerra, fue la prueba más estremecedora y emotiva de una amistad sincera. Por eso, han sabido cuidar con celo cada una de las obras construidas por Cuba aquí, como el hotel Victoria y el hospital de Dong Hoi, y no disimulan su afecto por la isla caribeña y su Revolución.

«Aquí todo el mundo, desde los niños hasta los ancianos, sentimos una gran admiración por Cuba y por Fidel», me asegura el periodista Hoai Mai mientras recorremos el país de Norte a Sur, desde Hanoi, hasta Binh Duong, atravesando ciudades que 31 años después no se parecen en nada a mis recuerdos, en las que el esfuerzo de todo un pueblo ha hecho realidad las palabras proféticas de Ho Chi Minh: «Mien­tras existan ríos y montañas, mientras queden hombres, vencido el agresor yanqui, construiremos un Vietnam diez veces más hermoso».

Publicado en: Cultura, Turismo solidario

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